4. Iniciar el camino de la oración personal

En este tema, se dan las orientaciones básicas para la oración personal, necesaria para todo aquél que se quiera tomar en serio el camino de la oración.

Se desglosan en diez puntos que recorren desde la preparación a la oración, podríamos decir la fase previa a la oración propiamente dicha, hasta ese momento personal de encuentro con Dios.

Comienza por fijar un tiempo para tu oración personal

Todo requiere tiempo. El tiempo que dedicamos a algo es la mejor medida del interés que ponemos en ello y garantía de nuestro previsible aprovechamiento. Excusarte para no hacer algo con el dicho de “no tengo tiempo” equivale a confesar que tal asunto “no te interesa “. Nada nos cuesta tanto regalar como nuestro tiempo.

Para cultivar tu intimidad con Dios comienza por acotar un tiempo diario. Cuanto antes mejor. Si esperas a no tener nada que hacer, continuamente te surgirán quehaceres.

Claro que hay tiempos más propicios para una cosa u otra. Procura en este caso elegir ese tiempo en que tu espíritu está más despierto y libre y tu cuerpo más descansado y sereno. Luego, pase lo que pase, comienza tu momento de oración.

No cedas nunca a la tentación de que “también el trabajo es oración”. ¡Falso! El trabajo es trabajo y la oración es oración. Lo que sucede es que quien vive cada día momentos fuertes de oración, todo lo tiñe luego de color de Dios.

Cuida la elección de un lugar propio

Dios está en todas partes. Cierto. Los verdaderos adoradores no tienen que ir a buscar al Señor al monte Tabor ni al Templo de Jerusalén. Cierto. Verdaderamente es digno y saludable que en todo tiempo y “lugar” le demos gracias. Pero… siempre que puedas… procura elegirte un “espacio de oración”. Un lugar colmado de silencio y de paz. Sugerimos tres posibles para tu oración personal:

  • El templo, muy cerca del Sagrario o de tu imagen preferida.
  • Tu habitación -cerrada bien la puerta- también puedes acondicionar con sobriedad tu “rincón de oración”.
  • Y en plena naturaleza. Bajo la cúpula de ese templo de la creación que es el firmamento cielo y unido al concierto que elevan al Creador todas sus criaturas.

No caigas, sin embargo, en la tontería de creer que con Dios sólo se puede orar en los rincones. Muchas veces no encontrarás otro lugar para hacer lo que el vagón del metro o el embotellamiento del trafico.

Pero ¿por qué tienes que orar?

A la hora de buscar un primer “por qué» a tu oración piensa éste: debo orar porque Jesús oró, nos enseñó a orar e insistió a que lo hiciéramos constantemente. (Lc.11, 5-8)

Hay otro “por qué” que no es otro sino el de que “el Señor esta ahí y te llama”. El te amó primero. El siempre llama a tu puerta. A poco que pienses, te darás cuenta de que no te queda otro remedio que responder. Y esta respuesta personal, la hagas como la hagas (pidiendo, agradeciendo, alabando, etc.) será tu oración.

En una palabra, toma la decisión de orar por verdadero “ amor “, nunca como una obligación más. Santa Teresa de Jesús decía que en la oración había que tener una determinada determinación de llevarla a cabo, pase lo que pase, suceda lo que suceda…

Al comenzar tu oración… recógete

Piensa que habitualmente el ajetreo de la vida nos tiene desperdigados en mil pedazos: ruidos, cansancios, preocupaciones… Todo ello hace que muchas veces no estemos realmente donde estamos ni a lo que estamos. Por eso, antes de nuestra oración personal, necesitamos recomponer ese puzle que somos nosotros. Tenemos que integrar cuerpo y espíritu. Tienes que recoger tus sentidos, sentimientos y afectos, de suerte que crees un clima propicio a la escucha del Señor.

Te ayudará a conseguir este “recogimiento” el lograr una determinada postura corporal, la relajación de tu sistema muscular y el que consigas una respiración serena, profunda y consciente. Cada uno ha de conocer la postura que más le ayude.

Siéntete de inmediato en su presencia

Orar no es sino descubrir como sea y donde sea la presencia del Señor y sentirte ante ella. Sumergirnos de forma personal en esa experiencia de oración.

Pero para descubrir esa presencia y saber que decir, precisamos la ayuda del espíritu. Del Espíritu de Jesús. El Espíritu Santo:

  • Te descubrirá el sentido de las Escrituras.
  • Desvelará el mensaje encerrado en cada acontecimiento.
  • Ayudará a clamar: ¡Abba! ¡Padre!
  • Te indicará su voluntad y te dará fuerza para correr a cumplirla.
  • Es quién orará en ti. Y tú, por El, en Cristo.

Luego, si es el Espíritu el verdadero protagonista de tu oración, no la comiences nunca sin susurrar repetidamente: ¡Ven, Espíritu Santo, ven ! Y luego, déjate invadir, sacudir, purificar y lanzar al mundo por Él…

Lo que más importa es «querer»

Cuando comiences tu momento de oración personal, formula expresamente tu deseo de sentirte ante tu Dios y ofrecerle ese tiempo. Ponerte a su escucha para tratar con Él.

Di, por ejemplo: “Tú estás aquí. Dios, tú eres amor”. Y añade: “Señor, de este rato de oración quiero lo que tú quieras”. Luego bastará con que renueves a lo largo de este tiempo, esta misma actitud.

En todo trato de amistad, y la oración lo es, lo que importa es el querer estar con el amigo. El cómo discurra ese momento de presencia acompañada ya no depende tanto de nosotros. Si durante la oración llega el “fervor”, lo mismo que si llega la distracción o la aridez, habrá que repetir con mas fuerza si cabe: “Señor, yo quiero lo que tú quieras”.

Recuerda que orar es cosa de dos

Recuerda que orar es cosa de dos. También desde el primer momento hay que establecer con el Señor una clarísima “relación dialogal”: Tú-yo… Tú-yo… Tú-yo… Esta comunicación reavivará tu fe y te evitará confundir la oración con otras muchas cosas.

La oración personal no es un tiempo a solas, en un tiempo de relación con Dios.

En el momento de intimidad de tu oración personal

Escucha

“Escucha, Israel”… “Habla, Señor, que tu siervo escucha” son frases clave en ese dialogo amistoso Dios-hombre que es su Revelación y nuestra oración. Todo lo dicho, hasta ahora, no tenía otra finalidad sino favorecer esta “escucha”.

Lo mas normal es que leas algún texto de la Escritura: un salmo, un pasaje evangélico… Métete en alguno de sus personajes, haz tuyos los sentimientos de Jesús…

En ocasiones, esta Palabra puede venir traducida en los textos de un autor espiritual; del magisterio de la Iglesia, etc. Léelos del mismo modo.

Puede que muchas veces Dios te hable a través de cualquier acontecimiento que acaba, o te acaba, de suceder. Bájalo con cariño, como María, al fondo de tu alma para descubrir a la luz del Espíritu el mensaje que lleva dentro.

Calla

Calla tú para que sólo resuene en ti lo que has oído. Repite una y otra vez esa frase, esa palabra. Recuerda esa escena, ese sentimiento, esa actitud… Lleva lo escuchado a aquel rincón de tu ser o de tu vida donde mas eficaz pueda ser…

Contempla

Contemplar es mirarlo todo en “paz”, ¡con muchísima paz! Y con “amor”, ¡con muchísimo amor! Mirar, por ejemplo, a Jesús y sentirte mirado. Hasta descubrir el secreto de mirar así para ir luego mirándolo todo por la vida de ese mismo modo. Y así, hasta resumirlo todo (lecturas, hechos, cantos, símbolos, pensamientos, recuerdos…) en pura y simple “atención amorosa”.

Orar es comprometerse uno mismo

Nada hay menos alienante que el amor. Por eso, nada puede serlo menos que la oración. ¿Por qué? Porque el verdadero amor de Dios ha de conducirte de inmediato al amor de los hermanos, al compromiso por construir el Reino de Dios.

Esto es, oramos, no para que Dios realice nuestro planes, si no para conocer y ser capaces de realizar nosotros los planes de Dios. Si al concluir tu momento de oración no sales un poco más dispuesto a que, por lo que de ti dependa, algo comience a ser un poco más “como Dios quiere”…, “fía poco de tu oración”.

Todo orante tiene una familia a su cargo. Se llama “Humanidad”.

Cuando termines, no cierres la puerta de golpe

El final de la oración personal suele ser con frecuencia la parte mas descuidada de la misma. Sin embargo, nadie termina un rato de conversación con un ser querido, levantándose de pronto y cerrando la puerta de golpe.

Por eso, comienza a despedirte mostrando al señor tu gratitud por el propio rato de oración personal que has mantenido. Ojo: antes que por ninguna otra cosa, por esto: por haberte permitido “tratar” con Él…

Luego, no evalúes si el provecho espiritual que has sacado de este momento fue mucho, regular o nulo. Si hemos “querido” estar , eso nos debe bastar. Además, según san Juan de la Cruz, hasta esos ratos que pensamos haber perdido el tiempo en la oración, Dios los aprecia mucho.

Como punto final, puede servirnos una plegaria a María para unirnos a coro de aquellos primeros cristianos que “perseveraban en la oración, junto con María la Madre de Jesús” (Hch 2, 14).

Ejercicios del tema

Ficha Educar el cuerpo

Ficha Orar con el cuerpo

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