¿Quién es el Espíritu Santo? ¿Qué podemos decir sobre él?
Ante la fiesta de Pentecostés queremos reflexionar preguntas del estilo qué o quién es el espíritu santo, cuál es su misión… presentamos este documento ¿Qué podemos decir hoy sobre el Espíritu Santo?
Se trata de una adaptación del artículo escrito por José Mª Castillo para la revista Catequética en Octubre de 1997.
Índice de la página:
Las dificultades para hablar sobre el Espíritu Santo
No podremos hablar correctamente sobre el Espíritu Santo si no tenemos en cuenta previamente que muchos cristianos, piensan y dicen cosas que, en la práctica, les incapacitan para comprender.
La dificultad de no considerar al Espíritu parte de nuestra historia
Empiezo por lo más obvio. Hablar del Espíritu Santo es hablar de la tercera persona de la Trinidad. Eso y nada más que eso. Naturalmente los que piensan de esta manera se imaginan que el Espíritu de Dios está en el cielo, no en la tierra.
Si pensamos que el Espíritu Santo está en el cielo lo consideramos ausente de la historia, es decir, ausente de la vida y de las peripecias propias de nuestra existencia, de nuestra sociedad, del acontecer de los pueblos, de las culturas, de las alegrías y tristezas de los seres humanos. Esto es una primera dificultad.
El problema de considerar lo espiritual contrario a lo material
En segundo lugar, para muchas personas, el “espíritu” se contrapone a la “materia” y, por tanto, al cuerpo, a lo sensible, a lo que se nos mete por los ojos, lo que palpamos. De ahí, que muchos cristianos están convencidos de que, para ser verdaderamente “espirituales” y dejarse llevar por el “espíritu”, tienen que renunciar a lo material, a lo sensible, a lo humano, etc. Esto es otra dificultad grave
¿Dónde está el Espíritu Santo?
Muchos creyentes están persuadidos, por supuesto, de que el Espíritu de Dios está, no sólo en el cielo, sino además en la tierra. Pero ¿dónde?. Aquí está el problema. Los que piensan que el Espíritu Santo está sólo en la Iglesia y actúa sólo a través de ella; y los que, además, piensan que actúa preferentemente en la Jerarquía.
Finalmente, en los últimos decenios, ha surgido una nueva dificultad a la hora de hablar del Espíritu Santo. Me refiero a los movimientos carismáticos, que tal como de hecho actúan, plantean dos problemas:
- El peligro de “reducir” la acción del Espíritu a lo extático, es decir, a lo contemplativo, lo místico, lo que rompe con la vida cotidiana, porque se tiene la concepción de que al Espíritu se le encuentra sólo en la oración.
- El peligro de “reducir” la acción del Espíritu a lo extraordinario: curaciones milagrosas, hablar en lenguas extrañas y cosas por el estilo.
Tenemos un problema si limitamos la acción del Espíritu solamente a lo extático o a lo extraordinario. Porque, entonces, el compromiso por transformar la realidad y, sobre todo, por aliviar el sufrimiento de las víctimas del sistema establecido, viene a quedar reducido a bien poca cosa, si es que no queda del todo marginado.
Resumen de problemas y dificultades
En resumen, son varios los problemas que encontramos reflexionando sobre dónde está el Espíritu Santo:
- Hay una dificultad en no considerar al Espíritu como parte de nuestra historia
- Existe un problema si consideramos lo espiritual contrario a lo material
- Es una visión limitada pensar que el Espíritu está solo en la Iglesia y en su jerarquía
- Es una visión reducida pensar que el Espíritu está solo en acciones extraordinarias, místicas y contemplativas.
Conceptos iniciales: Respecto al Espíritu Santo no es importante quién sino el cómo y dónde.
Aceptamos el credo, donde afirmamos nuestra fe en el Espíritu Santo como tercera persona de la Santísima Trinidad. Pero esto no impide que tengamos dos cosas muy presentes:
- Lo central que el Nuevo Testamento nos enseña sobre el Espíritu Santo no es la afirmación de fe en el Espíritu de Dios personificado.
- El dogma trinitario es una cuestión de la que la Iglesia toma conciencia plenamente en el siglo IV.
La teología del Espíritu en el Nuevo Testamento
De acuerdo con la teología del Nuevo Testamento, entendemos por Espíritu la donación de Dios a los seres humanos y el acontecimiento de su acción presente. En consecuencia, cuando los cristianos hablamos del Espíritu (con mayúscula) nos referimos a la acción de Dios en la humanidad.
Es fundamental recordar que cuando el libro de los Hechos de los Apóstoles explica, por boca del apóstol Pedro, la venida del Espíritu al mundo, afirma que el Espíritu de Dios se comunica a todo ser humano, lo mismo a los hombres que a las mujeres, a los jóvenes y a los ancianos.
Esto significa, por lo pronto, que la presencia del Espíritu no tiene, ni puede tener, limitación alguna, es decir, está presente y actúa en toda la humanidad.
Por tanto, pensar que los cristianos tenemos el monopolio del Espíritu Santo es una equivocación peligrosa, que desemboca en un talante de superioridad que dificulta enormemente el verdadero diálogo.
El Espíritu Santo en la Iglesia
En este sentido, no se debe confundir la estructura ministerial de la Iglesia con su dimensión carismática. En la Iglesia hay ministerios, dados por el mismo Cristo, para la edificación de la Iglesia. Esto es fundamental para entender correctamente la Iglesia. Pero nunca podemos olvidar que en la Iglesia, nadie tiene el derecho a apropiarse la posesión del Espíritu con preferencia sobre los demás.
Por último, a los autores del Nuevo Testamento no les interesa ni parece preocuparles lo que es el Espíritu en sí, sino los signos de su presencia y acción en la vida y en la historia de los hombres y mujeres de este mundo.
Lo determinante para los cristianos no es saber qué es el Espíritu Santo, sino cómo actúa el Espíritu y dónde actúa ese mismo Espíritu.
Espíritu de Dios, espíritu del hombre
¿Cómo actúa el Espíritu? ¿Dónde actúa el Espíritu?
Relación entre Espíritu de Dios y espíritu del ser humano
Con frecuencia resulta difícil saber discernir los diversos sentidos en que san Pablo utiliza la palabra “espíritu”, a saber: el “Espíritu de Dios” y el “espíritu del hombre”.
Parece que se puede hablar de una correspondencia profunda entre el espíritu del hombre (Rm 1, 9; 8, 16; 1 Cor 2, 11; 5, 3-4; Gál 6, 18; Flp 4, 23; 1 Tes 5, 23; Flm 25) y el Espíritu de Dios, que suscita y dirige al hombre, si bien el Espíritu de Dios es siempre soberano con relación al hombre.
Ahora bien, ¿en que dirección orienta el Espíritu (divino) al espíritu (humano)? Lo primero es recordar el texto capital de Gál 5, 22: el fruto del Espíritu es el amor en sus diversas manifestaciones.
Sabemos de sobra que el amor entre los seres humanos es la experiencia central de la vida. Por eso se comprende la frecuente conexión que el Nuevo Testamento establece entre el Espíritu y la vida.
Donde hay Espíritu, hay vida. De manera que la vida de los hombres y mujeres es donde, ante todo, se hace presente y se manifiesta el Espíritu Santo.
El centro de la relación de Dios es la vida
El punto capital es éste: el centro de la relación de Dios con el hombre es la vida. Por la fe sabemos que la vida, que el Espíritu nos comunica, tiene tal fuerza y tal plenitud que trascenderá los límites de la existencia presente y nos concederá una vida sin término. (cf. Rom 8, 9). Pero la esperanza en el futuro no debe marginar y, menos aún, desplazar la centralidad del acontecimiento cristiano, que -no lo olvidemos- se ha realizado y se prolonga en la historia.
Ahora bien, eso quiere decir que el centro de la relación de Dios con los seres humanos no está en la religión, sino en algo más fundamental que es la vida.
La religión y la Iglesia no existen para sí mismas. Dios quiere que haya religión y que haya Iglesia para que den vida y se dediquen a respetar la vida, defender la vida, potenciar la vida, dignificar la vida e incluso lograr que los seres humanos disfruten de la vida.
Plantear de esta manera el asunto de Dios y el asunto del Espíritu es el único camino para superar los miles de prejuicios, de sospechas y de resistencias que tanta gente tiene contra Dios, contra la religión y contra la Iglesia. Si los cristianos tomamos en serio eso de respetar la vida, tenemos que tomar igualmente en serio el respeto por las distintas culturas en las que viven los seres humanos.
Tenemos que estar persuadidos de que el Espíritu de Dios está presente y activo en todos los hombres y mujeres de buena voluntad, a través de sus tradiciones culturales y religiosas, buscan al Dios que nos trasciende a todos.
Los signos de la presencia del Espíritu
El Espíritu es, ante todo, Espíritu de vida. Por eso se comprende que los signos de su presencia son las expresiones o manifestaciones más fuertes de la vida humana. Estas expresiones son: la comunión entre las personas; la libertad frente a toda opresión; la audacia que es necesaria para defender, tanto la comunión como la libertad.
1) Donde hay Espíritu, hay comunidad
El libro de los Hecho de los Apóstoles afirma que el primer fruto del presencia del Espíritu en un grupo humano, es la formación de la comunidad. Es decir, cuando el Espíritu se comunica a los hombres, enseguida surge entre ellos la comunión.
Comunión humana en el sentido más fuerte de la palabra: comunión de creencias y prácticas (Hch 2, 42), de pensamientos y sentimientos (Hch 4, 32) y, sobre todo, comunidad de bienes (Hch 2, 44-45; 4, 32.34-35).
San Pablo expresa esta misma convicción cuando explica cómo la presencia del Espíritu, en la comunidad de los creyentes, los une a éstos en un solo cuerpo (1 Cor 12, 12-24).
2) Donde hay Espíritu, hay libertad
Frente a la estrechez religiosa y legalista de los cristianos judaizantes, el Espíritu se hace especialmente presente en le grupo de creyentes de habla griega, que mostraban una notable libertad frente al templo.
Porque el Espíritu impulsa hacia la libertad de la que carecía la religiosidad judía (Hch 10, 47; 11, 12-17; 15, 8.20).
El mismo Pablo afirma (lo sabia por propia experiencia), “donde hay Espíritu del Señor, hay libertad” (2 Cor 3, 17).
3) Donde hay Espíritu, hay audacia
Exactamente como lo hacía Jesús, se trata de decir sin ambigüedades, sin titubeos, con toda claridad, lo que se tiene que decir. Y hacer eso, en una sociedad que comete agresiones constantes contra la vida y la libertad es algo que sólo se puede poner en práctica a base de mucha audacia.
La venida del Espíritu sobre la Iglesia produce inmediatamente algo muy concreto y comprometedor: se anuncia el Evangelio con parresía (Hch 2, 29; 4, 13.29.31; 9, 27-28; 13, 46; 18, 26; 19, 8; 28, 30-31), así como las indicaciones de Pablo, en la misma dirección (2 Cor 3, 12; 7, 4; Ef 6, 19-10; 1 Tes 2, 2).
El Espíritu profético
El Espíritu, que se relaciona tan estrechamente con Jesús en los evangelios es el Espíritu profético. Jesús fue reconocido por el pueblo y por sus discípulos como profeta. Pero, sobre todo, el propio Jesús se consideró a sí mismo entre los profetas (Lc 13, 33; Mt 23, 31s.34-36par.37-39par).
El Espíritu impulsa a Jesús al enfrentamiento con los poderes de este mundo (Mt 4, 1 par), lo lleva a la región de los pobres, Galilea (Lc 4, 14) y, sobre todo, hace que Jesús se pronuncie en defensa de la vida de enfermos y desgraciados, anunciando la libertad para los cautivos y oprimidos y el Evangelio a los pobres.
Por estos caminos llevó el Espíritu a Jesús. Y por estos caminos conduce a cuantos se dejan llevar por Él.
¿Quién es el Espíritu?
Como resumen podemos afirmar que el Espíritu es la fuerza y el poder vivientes que proceden de Dios.
Es, ante todo y en síntesis, fuerza y poder de vida. Que está donde se defiende la vida y se dignifica la vida.
Por tanto, es la fuerza de Dios, que lucha contra las fuerzas del mal, que oprimen a los seres humanos. Pero una fuerza que actúa a través del comportamiento de los hombres y mujeres de buena voluntad que, efectivamente, entregan sus vidas a esta causa.
Como dice Hans Küngs: “El Espíritu Santo no es otro que Dios mismo. Dios mismo en cuanto está cerca del hombre y del mundo y actúa en el interior como poder conmovedor, pero no sensible, como la fuerza creadora de la vida, pero también juzgadora, como la gracia donante, pero no disponible. Por consiguiente, como Espíritu de Dios, el Espíritu es tan poco separable de Dios como el rayo solar del sol”.
Este Espíritu, que actúa, muchas veces sin saber cómo, en toda persona coherente y honrada, en la Iglesia, en el cristianismo, en las religiones, en las culturas, en la historia, en la medida en que todo eso es fuente de vida y hasta trasciende este vida, es el Espíritu Santo.